sábado, 17 de febrero de 2018

Aguas firmes

Hablamos del mar cuando las aguas son tristes, cuando tengo marea dentro y, enfurecido, el corazón quiere saltar por la borda. 

Hablamos del mar para entender las olas de la vida, la que llega, la que se queda, la que se pasea por delante de tus narices sin preguntarte si esto, si eso, si mírame, ¿te gusta así?

Hablo del mar para entender la calma y la tormenta. Para tener como punto de referencia el timón de mi pequeño barquito de papel en el Atlántico. Papel de fumar, papel franqueable, papel mojado; nada. 

Me voy al mar cuando no queda nada para seguir sabiendo que nadar en tierra firme siempre fue, en realidad, lo único que había. No tener nada debajo, ni al lado ni dentro salvo el amarre a un ancla imaginaria. La sensación íntima y personal y profunda y solemne de que sólo soy corriente amoldándose a las tierras que albergan cualquier río. 

No creo que haya muchos marineros que, como yo, jamás hayan gobernado un barco. Pero estoy segura de que todos sabemos dónde está el timón de nuestro navío aunque no nos sirva para llegar a puerto. 

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